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Mostrando entradas de junio, 2023

Cuentos al calor de la chimenea

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  Cuatro maridos, cuatro esposas y una taberna Las partidas al tute, historias descabelladas y los trabalenguas más complejos no eran lo suficientemente intrincados como para despejar aquellas mentes impregnadas de vino. Sobre todo estos últimos, capaces de adormecer la lengua a base de repetirlos una y otra vez. A sabiendas mejor dedicarse a las partidas de cartas o al dominó porque ninguno se antojaba lo suficientemente intrincado como para merecer el esfuerzo. Además contar con mayor o menor gracia historias escalofriantes yendo hasta arriba de alcohol no solía rematar en nada fructífero…  ¡Qué insufrible condena esta ardua espera! –Voceaban a una y en plan cultureta los cuatro parroquianos presentes, alzando sus tazas de vino como si cada sorbo fuese a ser el último.  El primero hablaba aturulladamente por culpa de los perniciosos efluvios alcohólicos. Su halitosis era sobradamente conocida en el pueblo y alrededores. El segundo asentía atontado, resoplando al tiempo que los colore

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  El cuentacuentos mentiroso Tú!, sí, ¡tú! Acércate que te voy a contar un cuento al oído. Quizás no se trate, realmente, de un cuento propiamente dicho empero ¿qué importa? Llámalo como gustes.  Érase que se era una vez, hace muchos lustros, un bello reino junto al mar jalonado por elevados picos y caudalosos ríos. Allí vivían una serie de personajes pintorescos como ellos solos. Verás que sí cuando te hable de algunos de ellos…  Vamos a ver, estaba Marisa la poetisa. De la misma manera que te escribía un hermoso y elaborado poema te hablaba del intrincado laberinto del Minotauro o de la ley de los vasos comunicantes. Pero cierto día desaparecieron ella, sus poéticos escritos y sus pláticas… ¡qué misterio! ¡Qué desatino! ¡Qué gran tragedia!  Luego estaba Nero el panadero, regalando a los oídos de la clientela historias de reinos de acá y de acullá. Allá los verdaderos reyes no eran más que mendigos y los indigentes de mentira, entretanto, posaban sus posaderas en tronos de oro. Histor

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Ramón el escorpión Ramón era un escorpión fuera de lo común. Normalmente triste y apenado porque a pesar de ser un pedazo de pan los demás animales del bosque lo evitaban. Tal desgracia para él era perfectamente comprensible pues siempre se debe desconfiar de los escorpiones; amenazantes con ese par de pinzas y ese mortal aguijón.  Sin embargo Ramón no era de la familia de los arácnidos al uso, todo lo contrario. Se sentía cómodo rondando a bichos pequeños y bichos grandes, intentando sacarles conversación, aunque fuesen cuatro palabras ceñidas sobre el socorrido estado del tiempo.  Pero sobre todo le gustaban las flores, especialmente aquellas repletas de mágicos colores y cautivadoras fragancias. Paseaba cada mañana entre ellas para empaparse de tan extraordinaria ambrosia terrenal. Con sus pinzas acercaba los frágiles tallos verduscos, tumbándolos con cuidado hacia él para oler profundamente cada pétalo. Las plantas, silvestres en su gran mayoría, iban desde tamaños pequeños y humil

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É rase tres mosquitos repelentes Érase que se eran tres mosquitos superlativos. Tres molestas entidades que con sus toscos zumbidos iban anunciándose cuan tormenta de verano que en una hora descarga medio otoño. Tres insoportables sarpullidos sin compasión ni medida del daño causado. Tres terremotos de magnitud diez; ni dos ni cuatro… ¡tres! Tres invertebrados voladores deleznables, pesados e inmisericordiosos. Aquellos indeseables cuernos de Belcebú con alas tenían por rimbombantes nombres Pim, Pam y Pum.  Siempre agitaban el melón atacando desde arriba, lanzando letales picados sobre sus objetivos. Para ello plegaban las alas en plan halcón peregrino, acomodándolas hacia atrás para alcanzar mayor velocidad de descenso.  Érase que se eran tres contumaces mosquitos gozosos de vivir al margen de la ley y de lo mínimamente tolerable. Dos más uno o cuatro menos uno empero siempre tres ¡véase por dónde se viera! Listos y dispuestos a cazar porque así era su condición natural y uno no puede

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  Los tres borricos Hace tiempo, aunque no tanto como podáis pensar, vivieron en una pedanía manchega dos borricos y su pintoresco dueño. Los cuadrúpedos tenían por nombre; el de mayor edad (más o menos nueve años) Citronio y el otro, más joven, (en torno a los siete) Berenjeno. Su propietario, de largas piernas peludas, cara huesuda y brazos como dos tiras de esparadrapo llevaba por nombre Severino Camacho, si bien todos le tiraban por “el de los borricos”.  Cierto día del mes de julio allá que estaban los tres, en el monte. Severino tomaba sin prisa pero sin pausa un tentempié al abrigo de la sombra protectora brindada por pinos y eucaliptos. Para Camacho aquello era pura rutina pues su oficio de leñador habíalo ligado al monte desde joven. Ahora bien, no era leñador como los de hoy en día sino como los de antaño, con su hacha en ristre, bien afilada, y tracción animal para el transporte de los troncos.  Oficio duro para tipos duros, indudablemente. En verano el negocio se resentía p

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        El más fuerte de la sabana Érase en la calurosa y abrasiva sabana africana un enorme árbol erguido sobre pasto yermo y termiteros gigantes. El mismo era lo único que se interponía entre la vida o la muerte pues proporcionaba un acogedor y benevolente penacho de sombra. En cientos y cientos de metros a la redonda calor sofocante y esqueletos de animales diseminados por todas partes. Érase por ser que además así fue una ardiente tarde en la temida estación seca africana. Allí una serie de animales descansaban sobre las alargadas y retorcidas raíces del viejo árbol. Evidentemente sin quitarse ojo los unos a los otros, manteniendo algo similar a una tregua tácitamente funcional. Venga, no seáis asustadizos y veámoslos más de cerca. Gracias a ello los conoceremos un poco más o al menos podremos saber de sus inquietudes... Primeramente el gran y anciano león. Su larga melena oscura, ferocidad y prietas carnes lo convertían en el más temido del lugar. Entre rugido y rugido no tardó en

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Don gato, don ratón y don loro Nadie, ni siquiera entre los más notorios iluminados, llegaba a ser más inteligente que don gato. Nada escapaba a los bigotes del pequeño felino ni mucho menos a esa sagacidad natural tan definida. Así lo sabían en las paupérrimas filas de roedores ubicadas más allá del entarimado. Varios y valientes ratones habían perdido la vida bajo los certeros golpes de zarpa y colmillo propinados por don gato.  Además de darle a la caza menor también poseía cierta faceta… digamos menos gustosa a ojos de los humanos. ¿De qué podía tratarse? Bueno, su fuerte no era el interiorismo. Para muestra un botón; tanto la cortina del gran ventanal como los muebles mostraban incontables arañazos. “El glamour de la uña” pensaría don gato con su cerebro de minino. Evidentemente y por encima de cualquier consideración el animal debía mantener bien afiladas sus herramientas de trabajo.  Don gato era admirado y detestado a partes iguales. Obviamente reconocían su porte elegante y su

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  El otro Mago de Oz La dulce Dorothy y su perrito Totó fueron llevados por un tornado más allá del arcoíris a un mundo de fantasía y magia llamado Oz. En cambio Fidel, un niño de catorce años encerrado en sí mismo era arrastrado por la potente voz del director a su despacho. El gran jefe en cuestión no podría catalogarse de fantástico, mágico o similar y su despacho, lejos de dejar volar la imaginación, destacaba por ser austero y diáfano. Fidel no creía en la fantasía ni tampoco en la magia que, según su madre, cohabitaba en los cuentos que cada noche buscaba leerle. Dorothy y su simpático can caminaban despreocupados por un camino amarillo que los llevaría hacia una ciudad denominada Esmeralda. Allí habitaba cierto mago de nombre Oz que, todopoderoso, podría devolverla a su Kansas natal. Fidel caminaba cabizbajo y pensativo. Contaba en voz baja los pasos que lo acercaban a la guarida del Cancerbero. Cero sorpresas, siempre eran los mismos; ni uno más ni uno menos. Para Fidel detrás

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  Una de miedo Mis queridos pequeños y no tan pequeños de la casa. Antes de nada deciros que en este cuento no hay final feliz ni perdices que comer porque ¿qué culpa tienen ellas de la felicidad de los demás? Este es un cuento contado y recontado, sin mayores pretensiones que dar algún que otro diminuto susto. Y es que seamos sinceros ¿a quién no le gusta pasar un poquito de miedo? ¿Verdad? Este cuento, narrado desde la vigía de sueños inquietos, dará como resultado escuchar golpeteos en la ventana de vuestra habitación. El cristal, velado tras la lluvia, proyectará mil caras mezcladas y apretujadas al ritmo de los truenos. En este cuento, pasado de boca en boca, nadie ha vivido felizmente porque aquí tal cosa no tiene cabida. Se dan cúmulos de fatalidades que merodean a lo largo del perfil de la madrugada. Dejan a su espalda desvelos incipientes y miradas esqueléticas afanándose por salir detrás de las cortinas. Gatos bufando, perros aullando y huellas perdurables en el espejo del ba