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Mostrando entradas de enero, 2024

El lago

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  S u padre amaba la pesca y antes que él su abuelo. Era inevitable que Fidel terminase por amarla también. Esta es su historia, tan increíble como veraz y yo, humilde narrador doy fe a tal excepcional hecho. Los acontecimientos que pasaré a contar carecen de conexión con este mundo pragmático mas no por ello pierden un ápice de verdad. Ahora bien dependerá de cada uno de ustedes creérselo o no.   La casona familiar sigue estando enclavada en un paraje de ensueño. Árboles frondosos, fauna espectacular, cielo siempre azul y sobre todo el gran lago. Su extensión y caudal son considerables a pesar de las sequías que han asolado la región en los últimos años. No menos destacable lo profundo del mismo; de hecho dicen que a partir de los diez metros de inmersión la visibilidad mengua exponencialmente. Sin duda aquello es territorio de peces y no de personas.                                                                                  Cuando joven Fidel gustaba de bajar a pulmón. Se

14 demonios

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  Su desmesurado interés por llegar hasta mi reino no deja, cuanto menos, de sorprenderme —pronunció en tono ceremonial el rey de los demonios, sin dejar de mirar de pies a cabeza al forastero que tenía de pie frente a él—. He conocido a mequetrefes como usted —prosiguió platicando sin bajarse del trono en el cual se mecía plácidamente —, mayormente creen tener lo necesario para ganar mi vesánico amparo. Mas pocos, muy pocos son los que se plantan ante mi estampa con algo más que sus miserables cuerpos y almas corrompidas. Leo su mente como si de un mamotreto abierto se tratase; puedo estrujar cada pensamiento cuan uvas amontonadas en el lagar y ver cada acción por insignificante que ésta sea. Desde luego usted despierta mi fisgoneo. Aquí está, sin más que ese inútil amasijo de carne y hueso desposeído de aura. Pero usted eso ya lo sabe porque ha renunciado gustoso a ella. Ahora mismo se está quemando dos salones bajo nuestros pies...                Me sorprenden al mismo nivel tant

Insomnia

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  C eferino Pardal no estaba para tonterías ni tampoco para tratar con sus iguales. Indudablemente todo un personaje, alguien digno de ser estudiado en profundidad. Merecería incluso la pena conservarlo en formol con un epitafio en letras gordas que rezase: “muerto el perro se acabó la rabia”.  Falleció de noche en el centro de mayores de una ciudad cualquiera a la nada desdeñable edad de noventa y cinco años. El doctor Arsenio Casas y su ayudante, la jefa de enfermeras Cándida Lorca, fueron las últimas personas en verlo con vida. Y según juramento de testigos presenciales sus caras, una vez concluías las diligencias médicas, eran un poema. Jamás hablaron de lo que en aquel cuarto sucedió o de lo que pudieron haber visto. Ni siquiera el padre Agustín encontrara fuerzas para articular palabras de reconforte. Se limitaba a besar fanáticamente, una y otra vez, el crucifijo que le colgaba del cuello.  Ceferino Pardal tenía fuerte carácter y esto lo sabían perfectamente familiares y amigos.

Chocolate, fresas y tú

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  Su nombre de pila era poesía pura. La amé por encima de cualquier eventualidad física o espiritual. Aún así me faltó tiempo para quererla, si cabe, aún más. Tan exageradamente poco cuerdo este amorío que el hecho de amar duele tanto como apretar trozos de cristal. Su nombre de pila era poesía pura, pura poesía, guardiana candente de día y celosa custodia a la caída del anochecer que golpea, sin consideración alguna, los pulidos cantos de las escolleras. ¡Ella! Particularidad creativa y creativa particularidad. Clarividencia dentro de sueños irregulares y cántico de custodios a rodilla hincada. Hay más por conocer en cada minúscula coexistencia. ¿Qué nos quedó por hacer?… Lo rubrico al beneplácito de esta empecinada sensatez que me inunda de orgullo. ¡Ella! ¡Yo! ¡Nosotros! Desenfadada pareja de cabriolas que agarrados de la cintura bailan sin complejo sobre una caja de música o ¡así lo quisiera!…              Nos conocimos cuando contábamos apenas quince años y desde aquella primera m