14 demonios
Ningún mortal osaría pisar estos fríos y
malditos confines desterrados de la memoria. Todavía menos estudiar hasta la
saciedad ese libro que agarra fuertemente entre las manos. Sin embargo esto no
es así para usted, por supuesto que no, usted renunció hace mucho tiempo a vivir
como los hombres comunes. Su única y cierta fe es ganar mi favor —en este punto
guardó silencio antes de proseguir—, ello me congratula y hete aquí y como
muestra de deferencia hacia su persona que al final de esta conversación le
formularé la pregunta que tanto desea escuchar, concediendo crédito a su cuestación…
Volviendo sobre su persona me tiene sutilmente
confundido, incluso fascinando. Tal vez no sea la palabra correcta pero no por
ello deja de ser así. Me asombra su empeño en alcanzar esta ubicación lejos de
cualquier salvación —volvió a observarlo de pies a cabeza, como intentando
adivinar algo que se le escapaba—. Se necesitan años para dilucidar los
intrincados entresijos del libro que aprieta celosamente. No debería
sorprenderse; lo conozco a la perfección pues yo mismo lo escribí hace
milenios—. Y mientras terminaba de decirlo hizo aparecer, levitando ante sus
ojos, un curioso plumón negro y un tintero transparente con tinta roja en el
interior.
Ha sacrificado su sórdida vida para conseguirlo, inmolándose como reza en el ritual de sangre detallado en las páginas que van de la ciento diez a la ciento doce. Hacerse con el Libro Oculto de los Demonios son palabras mayores —en esta ocasión hizo aparecer una daga y un gran cuenco de madera lleno de sangre cuajada—, además ha salvado exitosamente el resto de pruebas descritas en el susodicho. Y no para invocar a un demonio cualquiera sino para llamar la atención del mismo demonio ¡Yo! ¡Padre y madre de todos! ¡Fascinador!
Su ser ha asimilado tanto lo genuino del libertinaje
y del desenfreno como la misma esencia del mal. Cada poro de su piel lo excreta
¡qué importa el padecimiento ajeno! Los hombres son igual de despreciables que
usted pero al menos usted ha sabido sacarle provecho a la situación. Por algo
se encuentra en este bastión desangelado, desnudo y temeroso; sin más indumentaria
que sus propias vilezas de las cuales no le sacaré débitos…
Bien, demás
consideraciones externas a lo que aquí nos ocupa las dejaremos para moralistas
y pulcros profetas desviados. ¡Congratúlese mortal! No se impaciente pues ahora
mismo pasaré a hablarle de aquellos hijos míos que aguardan tras Las Catorce Puertas
de Bravoria. Sin redundarme en demasía a la conclusión de esta departía
formularé la cuestión que ha desvelado sus sueños largo tiempo. Confío haya
preparado la respuesta en idéntica medida... ¡Acompáñeme!
Amorales, repudiados por santos varones y
pertrechadas damiselas. Horrorizados y escandalizados ante el fulgor pecaminoso
del que lo grita y del que lo calla. Kalatus desata lo peor del vicio carnal,
dando rienda suelta a excesos y depravaciones dignas de relamerse. Se retroalimenta
en cada gemido y en cada meneo de cadera y seguirá haciéndolo hasta el fin del
final. ¡Continuemos!
Es gratificante y gustoso, no puedo estar más jactancioso.
Les ha podrido carne y vísceras lentamente, durante días con sus noches, hasta
finalmente morir vomitando o defecando sus propios órganos. ¿No le parece
delicioso? No obstante es un demonio y a pesar de ese aspecto infantil e
inocente que tanto encandila a imbéciles debe comportarse como tal así que
siempre termina fermentando también las entrañas de sus acólitos. Después sólo
queda recolectar alma tras alma; lo que queda se descompone dos metros bajo
tierra... ¡Continuemos!
Susurra al oído con singular habilidad, abre y
cierra sus grandes labios, bisbisea y frota insistentemente las sienes de sus
víctimas. Juega con ellas antes de abandonarlas al amanecer para regresar al
ocaso, trocando cada visita al lecho en inevitable locura. La muerte los libera
del tormento en vida mas no del martirio que viene después… ¡Continuemos!
Siempre lo verá con los ojos vendados y una
mano cubriendo la boca, así nadie podrá leer sus labios. ¡Oh ya lo creo que sí!
Bribón de pulida técnica, embustero, testarudo y embaucador capaz de confundir
a las personas, volviéndolas unas contra otras. Éstas se vuelcan en reconcomio;
incapaces de confiar se distancian, desconfiando hasta de sus sombras. No hace
falta demasiado para lograrlo porque la esencia humana es tan evidente que
resulta patética. Mi hijo transforma las mentiras en poderosas farsas...
¡Continuemos!
Afenosis es de mis hijos más aventajados,
hábil y astuto como un zorro. Gracias a ello toma cualquier cuerpo exangüe
armado de bisoña voluntad para hacerlo suyo, atormentándolo durante semanas o
meses. Laceraciones, cortes profundos, tendones abiertos, huesos partidos… ¡música
celestial! O termina siendo exorcizado o acabará provocando la muerte tanto
física como mental del anfitrión. Me complace sobremanera esta segunda opción
pues un alma siempre es un alma y la suma de muchas hacen muchas almas... ¡Continuemos!
Es como una gota de agua que a pocos quiebra la
roca, sin importar lo dura que sea porque para resquebrajarla dispone de todo
el tiempo del mundo. Nubla paisajes visibles e invisibles y cualquier cordura
dada por cierta. Galopa a lomos del desaliento, abocando sus víctimas a una
soledad fatídica.
Todos y cada uno de estos desventurados terminan
olvidándose de sus nombres y hasta de sus recuerdos más enraizados. Por consiguiente
dejan de ser organismos individuales y autónomos, convirtiéndose en carne de
trituradora. Sin seres queridos que los achuchen; aislados e incomprendidos y
sin palabras cálidas sus defenestradas almas concluyen al abrigo de la
perdición, asistiendo en soledad a su propio velatorio. Es una muerte
ciertamente miserable así que no puedo estar más orgulloso de mi séptimo hijo...
¡Continuemos!
Aquí tiene mi octavo hijo, el octavo de catorce. Conocido por muchos nombres pero todos y cada uno son y significan lo mismo. Altanus o demonio de la avaricia. Pocas palabras definen mejor a los seres humanos ¿me equivoco? ¡Claro que no! Es de ley pues comprender el éxito de este vástago mío. Ustedes lo han moldeado y amamantado a través de los siglos. Garrote para corromper ideales y cumplimiento para aprovecharse de la necesidad ajena.
Altanus concede gracia al que sepa
satisfacerlo y tratándose de hombres como usted…Concede por obra y gracia de su
generosidad todo aquello que los mortales pueden anhelar: poder, tiranía, dinero
sin mesura y larga vida para disfrutarlo. Seguro que sabe de lo que le estoy parlamentando.
A cambio sólo se queda con las almas de aquellos que han obtenido su distinción.
Éstas arderán en calderas de bronce hasta concluir la eternidad y después ya
veremos. Tenga por seguro que a ninguno le importa deshacerse del alma mientras
vivan como reyes una vida terrenal, ¡valientes majaderos sin escrúpulos! ¡Me
gustan!... ¡Continuemos!
Siempre habrá cuerpos a los que castigar por
la razón que sea. Unos soportan el dolor mejor que otros pero todos terminan
claudicando y esto usted también lo sabe ¡claro que sí! Plazus se relame con
cada grito de dolor, en cada hueso partido o en cada músculo desgarrado.
Aún así tan insoportable condena no es nada en
comparación a las torturas que aguardan a aquellos insensatos que se han postrado
ante mi hijo, buscando su gracia. En este yermo páramo son torturados una y
otra vez en cámaras de horror; sin la muerte como escapatoria. ¡Cuánta
embriaguez produce el dolor ajeno!... ¡Continuemos!
Por supuesto triunfante en el mundo de los
hombres, ése del que usted mismo procede. Llevan siglos adorándolo, vertiendo sangre
para llenarse de gloria en el campo de batalla. Quién por lo tanto mejor que él
para conceder victoria a través de violencia indiscriminada ¡cuánta más mejor!…
Auspiciados por interesados variopintos han
quitado y puesto reyes, asesinado y ejecutado, desterrado y vilipendiado. Conquistan
naciones y derrotan enemigos, cualesquiera que sean, sin importar qué motivos
han iniciado el conflicto. Con razón Stravirus atesora millones de almas ¿muchas?
¿Pocas? Cada una con sus propios pecados marcados en la frente.
¿Quién puede ser tan imbécil para rezarle a un
trozo de madera suplicando gallardía en combate, buena muerte si uno debe morir
y finalmente grandiosa victoria? ¿Qué clase de justificación sirve para matar
en nombre de Dios?... —Pronunciar esta última palabra pareció incomodarle
especialmente—. Esa deidad tácitamente omnisciente se tiene que estar
destornillando de ustedes. Pero ahí están, adorándolo porque así les han
enseñado sus padres y antes sus abuelos.
Sin embargo los hombres ansían más,
especialmente aquello que no pueden alcanzar. En mis dominios son y serán sentenciados
por igual mártires, verdugos y apátridas... ¡Continuemos!
Hace siglos unos monjes italianos lo
bautizaron como Mistake; demonio multiforme de la enfermedad. Asoló su piadoso convento
con el mal de la lepra. No hallaron congratulación en el fallecimiento aquellos
ilustrados que osaron recorrer tenebrosos senderos. Creyeron poder controlarlo y
terminaron saboreando el verdadero caldo de sus cuerpos putrefactos.
Se desliza por el mundo de los vivos como ventisca
invernal. ¡Autentico regodeo para los sentidos! Sin embargo su nombre no es
Mistake sino Porfídion; indiscutible amo y señor de las enfermedades más cruentas
y horripilantes. Bebe en hospitales, descansa en cementerios y se nutre de aquellas
almas y organismos que han perecido entre terribles sufrimientos.
Pegado a la vera de moribundos, hablándoles al
oído sobre la gran mentira de la verdad, perturbando sus últimos días con
especial ahínco. En ocasiones susurra histérico y en ocasiones apenas bisbisea.
Besa los labios de sus víctimas, acariciándoles las manos con esmero. Les cierra
los ojos para que descansen, les quita la ropa para lavarlos con su saliva y a
modo de mortaja ciñe sus cuerpos con lino y aceites. Miente, engaña, enferma
con una mirada y jura en perjurio. Créame cuando le digo que morir no es lo
peor que puede pasarle a alguien... ¡Continuemos!
A lo largo de la historia humana hay recogidos
todo tipo de desgracias de esta índole. Evidentemente estos acontecimientos suelen
dejar víctimas a mansalva, cubriendo por lo regular las necesidades de mi hijo Apakanosis…
por un tiempo al menos. Es de los pocos demonios que no pueden ser invocados y
eso lo hace especialmente poderoso. Su gélida mano se extiende por el mundo
como niebla bajando la montaña mientras que sus grandes cuencas vacías otean al
otro lado del mundo.
Una vez encontrada la ubicación idónea los
días pasarán a ser noches virulentas; horror y pánico tomaran control del caos.
Entremedias los ciudadanos mostrarán su faceta menos generosa, sacando lo peor
de sí mismos para sobrevivir.
Arrullos de muerte y dulce condena para en
postrimerías resonar en los tímpanos como escolanías penadas al llanto. Al
término de la tragedia el mundo continuará girando y Apakanosis hará girar la
manivela. Satisfecho, lleno y repleto de almas que no pensaron más que en sí
mismas... ¡Continuemos!
Hasta el más bueno, bendito y cabal de los hombres
tiene algo que callar o asuntos de los que arrepentirse, pasando de puntillas.
¿Está de acuerdo? —Y al igual que antes no esperó respuesta, continuando con su
monólogo—. De eso se alimenta Guoliba, de la facilidad que tienen para causarse
daño unos a otros, sin mirar más que por uno mismo.
No me refiero a usted en particular sino en
general a los de su especie y credo. Monos puestos en pie para ver el horizonte
pero no lo que tienen delante de sus narices. Unos con más actos de maldad y
otros no tantos… empero créame que nadie está libre de culpa. Si miento que me
parta ahora mismo un rayo… —se abrió un paréntesis en el cual ambos guardaron
silencio, quedando a la expectativa—, ¿lo ve? No ha pasado nada porque ha sido
mi voluntad.
Volviendo al tema que nos ocupa y a usted
preocupa. Este hijo mío lleva la cuenta a rajatabla y no se le escapa ni coma
ni punto. Siempre dando preferencia a aquellos mortales más reacios a la hora
de causar mal. ¡Malnacidos! Como si ello los eximiese de sus actos. Son de la
peor calaña pues limpian sus conciencias con generosas donaciones que les
permiten dormir mejor por las noches.
Al igual que mis otros pequeños éste susurra
al oído cuando debe hacerlo; tararea canciones exasperadas, llora
desconsoladamente, sonríe sin motivo, manipula, engaña y miente. En definitiva
cuanto sea menester para llevar esas almas al borde de las llamas eternas... ¡Continuemos!
A esta orgullosa hija mía la pintan los
adoradores del crepúsculo con cuerpo de serpiente y cabeza de toro. Puede
transformarse prácticamente en cualquier cosa con tal de hartar sus deseos. No
reúne tantas almas como algunos de sus hermanos mas no ansía cantidad sino
calidad. De ahí su predilección por los niños, no hay cosa más tierna y jugosa
que el alma de un mocoso cualquiera. Evidentemente usted no se sorprende porque
ha sacrificado en el altar rojo de cinco puntas a más de uno. De no haberlo
hecho no estaría frente a mí, el padre de los demonios, implorando con su
mirada el beneplácito de mis dones. Veo sangre en sus manos, la huelo y me
gusta. Ambos sabemos que los críos son mucho más fáciles de manipular...
Por ende Kiakos puede ser un tierno cachorro
desamparado; un enorme lobo sediento de sangre, una golondrina anidando o una
víbora enroscada entre las sábanas. Esta hija mía, toda una maestra del disfraz
y del ardid malsano. Me inunda de orgullo hablar de ella. Única en argucias y experta
liberadora de palabras adultas que un infante no puede comprender. Perversa,
fría y calculadora; apasionada a la hora de destrozar familias enteras
llenándolas de dolor y luto por el hijo o los hijos perdidos...
Dígame ¿a cuál de mis hijos quiere que libere
para verlo caminar por la tierra de los hombres? —Preguntó aquella entidad demoníaca.
La respuesta del condenado, apretando fuertemente el libro entre sus manos, no
se hizo esperar:
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