Espeluznante -tercer acto-

Antonio poseía una habilidad extraordinaria para poner, si quisiese, el mundo a sus pies. Más que habilidad podría denominarse poder. Algo a todas luces difícil de encajar en los invariables razonamientos científicos. Por ello lo guardaba celosamente como oro en paño. Tal habilidad o poder, llámeselo como guste, consistía en hacer suya cualquier cosa que saliese por televisión, cualquiera; fuera lo que fuese y en el lugar que estuviese. Sin moverse de casa, sin llamar a ningún número y por supuesto sin tener que pagarlo. Algo así sólo podía ser cosa del maligno mas ciertamente nada tenía que ver con el azufre y sus acólitos. Hasta los corros de viejas se santiguarían temerosas pues una cosa así no podía estar bendecida por el Vaticano. Recurrir a supersticiones es la forma más directa para justificar lo que de otra forma no podríamos argumentar. Es tan inútil como buscar el porqué a cualquier circunstancia, hecho o suceso que no comprendemos por más que nos lo expliquen. Así...