Espeluznante -sexto acto-
Cuanto aquí expongo ha sucedido, está
sucediendo y sucederá eternamente sin que podamos hacer más que rogar no nos
afecte su violencia en forma de ondas capaces de viajar por los distintos universos
físicos y no físicos, sacudiéndolos todos. Somos meros espectadores de atrezzo,
ignorantes de lo que nos puede cambiar la existencia en un segundo e incapaces
de acertar con la verdadera dimensión de dos palabras: perpetuo e imperecedero.
Imposible describir físicamente a estos dos litigantes
antagónicos. Quimérico entender personalidades y porqués. De hecho tan
inverosímil resulta confrontarlo que mejor será explicarlo desde nuestra condición
de simios evolucionados. Ubicado en algún punto de un área finita e infinita a
la vez se dispone aquello a lo que he dado en llamar Gran Salón del Tiempo Infinito.
Su construcción carece de sentido arquitectónico a ojos de cualquier persona
mas los regustos y caprichos de la perpetuidad no buscan ser comprendidos
porque están y son. En su interior lleno empero vacío tiempo y espacio se
confunden en idéntica lazada. No existe despilfarro pretencioso ni lujos
atribuidos al concepto del hombre. En realidad y por más peliagudo que parezca ser
nada existe pues ya todo existe. Tenues líneas de actividad arcana se
multiplican por cero, copando espacios huecos repletos de fotones sobreexcitados.
Ecos de mundos extintos resuenan dentro del vacío oscuro tal cual fuesen
badajos golpeando el cobre y el estaño que los rodea. Allí la nada lo devora
todo empero este todo no existe hasta hacerse observable. Las distancias pierden
significado al rotar sobre ejes desajustados de cualquier ley física y matemática...
Que les voy a contar o cómo hacerlo si hasta
yo mismo no soy capaz de concebirlo. Tal cosa me lleva a darle vueltas a la
paradoja cuántica del Gato de Schrödinger. De hecho si lo recapacito
detenidamente lo absurdo, ilógico y hasta pernicioso sigue emperrado en hacer de
las suyas. ¿No querrán volvernos locos? Cuanto en aquel lugar se sitúa parece
haberse fundido con el sinsentido más literal. Completo y libre; arriba y abajo,
micro y macro… significan lo mismo y lo más inquietante: se comportan de igual
a igual.
Siguiendo con este titánico acontecimiento,
por cierto nada tiene de falso, pues se ajusta a la verdad les diré que en el
mencionado Salón se despliegan dos entidades visibles e invisibles a la par.
Como he dicho es imposible describirlas físicamente sin perder la cordura y
tampoco se les puede adjudicar personalidad así que buscaré revelarlo de la
mejor manera.
En una de las esquinas y desprovista de geometría
seta la tenebrosidad más tenaz y persistente. Domina su rincón emanando
penumbras latentes en este prodigioso vacío conformado por artilugios
asombrosos descompuestos en átomos. Pensémoslo como en un señor envejecido de
pelo negro largo y descuidado. Carece de rostro porque realmente carga en una todas
las caras. Bien podría vestirse con indumentaria raída, maltratada tras millones
de careos. Por supuesto en colores apagados porque así se muestran también los
ojos de la noche.
Pueden interpretar la máxima complejidad en lo
enmarañado; lo absurdo en lo abstracto y líneas curvas perfectamente
rectilíneas ¿verdad que pueden? No me sean pusilánimes. Perfecto, del otro
rincón seta una zona desdibujada bajo haces invisibles gobernada por digamos… luz.
Plácida, cálida, suave y magnífica desde su misma concepción. Belleza pura como
rayos de sol bañando praderas, ríos y montañas. Piénsenlo como en otro señor
mayor ¿por qué no? Cabellos exageradamente largos, lacios y blancos como la nieve.
Al igual que su antagónico carece de rostro pues los posee todos. Podría vestirse
con algo similar a una larga túnica ancha, de esas que se ponen los magos protagonistas
de grandes hazañas. Evidentemente su tela gastada y raída cuenta sinfines de luchas y conflictos sin
intervención divina porque ¿qué diablos pintaría Dios allí? Ni siquiera él comprendería
razones en la existencia de una dimensión infinitamente finita...
Ambos litigantes mantienen empate técnico sempiterno.
Ímpetus tan igualados que hacen del equilibrio la más peligrosa carrera del
funambulista sobre el alambre. Ansían dominar designios de cuanto existe y cuanto
deja de existir. Es como si sólo pudiese haber un vencedor en este espacio baldío
cargado de elementos pesados y ligeros. Para conseguirlo uno de ellos debe
hacer propio el dominio de la parte contraria.
Saborean la anarquía incluso desde
antes de la explosión inicial que dio origen al espacio y al tiempo. A este colosal
hecho no le llega con marcar nuestras vidas sino que también lo hace con el
destino del universo. Pero las leyes universales nada pintan en esta ubicación encastrada
entre planos dimensionales.
Ninguno de los litigantes
parece ser capaz de alzarse victorioso. Tal vez la clave radique en ese
equilibro de poderes del cual le he hablado anteriormente. Acumulan astucias e intentos
dentro de puntos infinitamente masivos empero concluyen cuan velas desplegadas
sobre mares de bits, cayendo en cascada. Ustedes hagan un alto en sus
quehaceres para darle una vuelta de tuerca. Podrían figurarlos ya no solamente
con ropajes concretos y caras sin rostro sino armados con espadas y armaduras de
energía pura, batallando por largos e incalculables milenios.
Estamos ante un tira y afloja sin parangón. Nada
se les puede comparar ni todavía menos acusarlos del delito que sea pues no
existe ni existirá jurisprudencia al respecto. Sucede ahora mismo, sucedió ayer
porque sucederá mañana y yo soy testigo. A lo mejor ustedes podrán serlo algún
día. En derredor y en ninguna parte pues entornos físicos y palpables como tales
no existen cuando se cruzan más de tres dimensiones. Dos potencias opuestas
capaces de mover y modelar mundos, galaxias, universos y el espacio vacío e infinito
donde se crean estos últimos.
Obviamente no conocen de emociones o
conciencia humana. No existe el bien o el mal en aquella dimensión cuántica en
la cual la física moderna no sirve de nada. Y por más que me emperre en
atribuirles virtudes y defectos humanos en realidad seres de tal calado quedan
muy por encima de ello, configurando y desconfigurando mundos que nada tienen
en común con la Tierra. No se bañan en necesidades mundanales pues miserias así
no figuran en su hoja de ruta. Autosuficientes, omnipotentes y bilocados; liberados
de olores, colores y formas ya que son pura energía indomable; materia y
antimateria sopesados en el mismo nanogramo.
Cada carga de infantería incentiva el próximo ataque
y todavía más el que vendrá. El noventa y nueve por cien de los intentos queda
en agua de borrajas, neutralizados por la parte contraria. Cuando es ésta la
que contraataca a su vez es contrarrestada por el primer actor.
En un extremo yermo del Gran Salón y dividida
en sombras dantescas se agazapa la lobreguez. Sus vejestorios huesos se yerguen
quejosos. Segura de sí misma porque la penumbra en torno a ella la hace prácticamente
invisible. En torno al espacio vacío se abren universos infinitos,
interactuando entre ellos antes de expirar dentro de un punto infinitamente
masificado. Y en las antípodas se alza orgullosa y altiva la luz. También sus
gastados huesos han conocido tiempos mejores. Extramuros cuenta con dos lunas
de gran tamaño y una gigante roja. Han pasado no sé cuántos milenios, no los he
contado sin embargo lo sé al igual que sé mi nombre y mi función en esta épica batalla.
Ninguna de las partes en liza semeja apta para asestar el golpe final. Sus rostros
sin cara se muestran inmutables, sin gestos, brillos o reflejos. Probablemente
se detesten ¡qué humano!...
Escanean en busca de puntos débiles,
escudriñando cada milímetro del entorno. Llevan haciéndolo tanto tiempo que esta
acción ha quedado desmigajada. No obstante llegó el día donde se romperían los
moldes habidos y por haber. Supongo que antes o después tenía que suceder y
sucedió…
No estuve allí, no pude ser testigo de
excepción pero lo sé como sé que camino con un pie delante del otro. Pueden tomarme
en serio o no, mas mis palabras son tan ciertas como verdad intrínseca…
Afuera se avecinaba tormenta y no tardará en
adquirir proporciones bíblicas. Al hilo de los hechos la situación en ese
momento adquiría tintes colosales. El fino equilibrio inquebrantable por
milenios pendía de un hilo y de desestabilizarse hacia uno u otro lado ¿qué consecuencias
tendría en los demás universos, realidades y dimensiones?
La penumbra atisbó por la
ventana de los disparates… ¡oh! Disculpen mi excesivo uso de símiles tan humanos
pero de esta forma les será más llano no perderse por el camino. ¿Por dónde
iba? ¡Ah sí! Se espesó tanto que a consecuencia de la fricción comenzó a
chispear, liberando luminiscencias en tonos apagados. De seguir a ese ritmo no
tardaría en cubrir el Gran Salón, envolviendo la nada en aguda negrura. Entonces
el viejo artrítico levantó los brazos y su rostro sin cara sonrió. Comenzó a
esparcir en dirección a la otra punta del Salón del Tiempo Infinito curvaturas vibratorias
que ascendían hacía abajo y bajaban hacia arriba; unas tórridas como fogones pero
otras frías como la Antártida.
En justa defensa la luz destelló rabiosa, manteniéndose
firme en su perdurable pedazo de eternidad. El fogonazo en cuestión duró el
tiempo exacto para crear esferas de plasma recalentado que neutralizaron la
mayoría de zarcillos lóbregos que a cada convulsión zampaban porciones titánicas
del cero absoluto.
Sin embargo ante tan virulenta carga de
caballería su poder defensivo daba impresión de caer por momentos. A todas
luces algo así debía ser aprovechado por el otro pleiteador. Sin cuartel la
tormenta desatada por la cerrazón empujó y empujó como mujer puesta de parto. Y
como en una historia de terror, con los dos protagonistas principales encerrados
en una mansión encantada, comenzó a llover en largas líneas horizontales y a
soplar con rachas inimaginables el viento. Éste arrastraba minúsculas bolas de
hierro incandescente. Gigantescas cantidades de ceros y unos se desparramaron a
lo ancho y largo de aquella dimensión sempiterna. Poco después ambas lunas y la
gigante roja quedaron semiocultas.
Como perro herido la luz tomó cartas en el
asunto mordiendo. Inevitablemente quedara sin la protección externa que le
brindaban sus satélites, incluido el gigantesco sol rojo y con ello cualquier
opción de victoria. Por primera vez dentro de ese tiempo inagotable se veía
derrotada, hincando rodilla y suplicando clemencia. ¿Cómo no lo viera venir? En
realidad daba lo mismo porque fuera como fuese el próximo movimiento podría ser
definitivo. La oscuridad se relamía de gusto y entre lametón y lametón tomaba el
Gran Salón. Entretanto la otra parte contemplaba horrorizada como aquella marcada
tenebrosidad semejaba no tener fin, ocupando cada casilla del tablero de
ajedrez.
Sin embargo no se crean amigos míos que este
fue el final de la luz. Carezco del siso necesario para concebirlo y de
palabras acertadas para explicarlo tal cual debería ser explicado. Repentinamente
un relámpago resonó con el poderío caótico del caos y ese vacío sinfín prendió como
si una nueva estrella masiva hubiese emergido por entre las fisuras de las
tinieblas. Merced a ello el Gran Salón se empachó de gigantescas llamas azules que
ardían sin oxígeno. Y no exagero cuando digo que se desparramó en una fracción
de segundo tal cantidad de luminosidad que la oscuridad se vio forzada a dar
pasos atrás y por lo tanto ese próximo movimiento tendría que aguardar…
La luz empuñó la espada del ocaso, lista para
contraatacar a pesar de su aparente fragilidad. Movía en perfecta sincronía cada
hueso artrítico de su cuerpo compuesto por trozos y pedazos de infinitud. Pisó el
vacío sustentado sobre la nada con su pie derecho y pocos segundos más tarde saltaron
chispas blanquecinas que, a la velocidad de la luz, se fundieron entre sí
creando extrañas figuras inmóviles. Bits de información mística y arcana titilaban
por doquier mientras los ceros y unos del código máquina se mezclaban con cada
fotón que viajaba en todas direcciones al mismo tiempo. Tanto el tiempo medible
como el que no se puede medir quedaron congelados. Las llamas no se apagaban, consumiendo
el vacío y su nada del cero absoluto.
La luz se arrastró por algún resquicio de la
penumbra hasta abalanzarse sobre su arremolinada masa central. Sin embargo no
llegaron a tocarse físicamente pero sí quedaron tan próximos como para sentir
el aliento envejecido del otro. En su esquina del cuadrilátero sin cuerdas ahora
se defendía, como gato panza arriba, la sombra de sombras. Se llenó el lugar de
tanta luminiscencia que ambos parecían nadar sobre el plasma de una estrella.
No obstante no se crean amigos míos que este
fue el fin para la oscuridad. Las curvaturas vibratorias habían desaparecido al
igual que aquellas gigantescas llamas azules. Finalmente cualquier elemento empleado
en la contienda ya fuese como defensa o como ataque se había evaporado. Una vez
más solamente el consabido espacio infinito, eterno, denso y su ruidoso mutismo...
La luz retrocedía y la penumbra buscaba
avanzar para al rato cambiar las tornas. Volvieron las dos lunas y la gigante
roja empero también el crepúsculo, los rostros sin cara, los ataques comedidos,
los contraataques cautelosos y el arte de observar hasta aprender lo asimilado durante
miles de millones de años.
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