Altum somnum
La pesadilla en
cuestión arranca en un aula donde se impartía uno de esos estúpidos cursillos
que alguien aún más estúpido tituló: “cómo encontrar trabajo a partir de los
cincuenta”. Tengo lagunas y confusión sobre detalles concretos que poco o nada
tienen que ver con la historia vivida por mí en primera persona. Sin embargo
creo que de alguna forma han influido en el devenir de los acontecimientos. Compartía
cubículo con personas anónimas que vestían, pensaban y postulaban de maneras
diferentes.
Evidentemente
todos cincuentones desempleados con recorridos profesionales extensos que de
poco o nada les valían. No sé los demás pero yo confiaba en volver a sentirme
útil a la sociedad y de paso mejorar mi mermada autoestima.
Charlaban
animadamente haciendo tiempo mientras esperábamos por quién debía impartir el mini
taller. No era mi caso porque yo estaba abstraído, ausente e intranquilo por la
terrible sensación de que algo diabólico se nos venía encima. Probablemente
sepan de qué estoy hablando ¿A quién no le ha pasado algo similar? Se percibe como
punzadas en el alma que de repente estallan en forma de premonición.
Recordar recuerdo
pasajes cruciales pero también detalles menores como la tontería de pitarme los
oídos tal cual fuesen dos platillos aporreados por una nariz prominente y
alargada. Notaba mi piel resinosa y pegajosa, sudando tanto que cualquiera
pensaría que acababa de llegar de una maratón, sin hacer alto en las duchas. No
obstante lo peor, creerme amigos y amigas, no era eso sino el desasosiego que me
embargaba, incapacitándome a la hora de interactuar con los presentes.
De manera casi
enfermiza claveteaba mis pupilas en la puerta como intentando descifrar cualquier
misterio tipo Cuarto Milenio que pudiese haber al otro lado. La susodicha permanecía
cerrada y yo sin saber el porqué, quizás exceso de imaginación, oteaba afuera mundos
distópicos que nada tenían en común con el de adentro. Acudían a lo abisal de
mi mente imágenes dantescas borroneadas sobre superficies de cuero ensangrentado
entretanto otras exponían un gigantesco espacio atemporal dentro de un universo
desprovisto de materia. Os digo en confianza que no sabría cual de ellos me
causaba más desazón. Es tarea ardua vislumbrar lo incomprensible así como descifrar
las señales de nuestra intuición y éstas en mi caso parecían gritarme: ¡Por
ahí! ¡Por ahí! ¡Por ahí entrará la desgracia!…
Doy por verídico este hecho o así necesito concebirlo.
Debía yo encontrarme en pleno sueño; tan real, tan condenadamente sentido que
de clavarme astillas bajo las uñas gritaría dolorosamente al despertar. Ciertamente
nunca sabré qué pasó, si es que algo sucedió porque las cosas se vuelven
confusas cuando se uno remueve las profundidades fangosas de la mente. El caso,
el hecho y lo cierto fue que la puerta se abrió estrepitosamente. Digo abrir
por decir algo porque objetivamente la echaron abajo. Y no creáis que entró el típico
profesional despistado con su maletín negro, nudo de corbata mal hecho y canosos
cabellos desaliñados. Que va, el mismísimo averno accedió al aula abruptamente,
en forma de seres deformes de horrenda presencia y peores maneras. Zombis, espíritus malignos, invasores de
otros mundos o cenobitas gozando del dolor propio y ajeno… realmente cómo
llamarles apenas importaba. Quiénes quieran que fuesen empezaron a echarse
sobre las personas con extrema violencia. Las mordieron, arañaron, rajaron,
succionaron y destriparon; abriendo la caja de Pandora al ritmo de redoble de
tambor. Al rato todo estaba cubierto de sangre y vísceras y sólo era el
principio…
Ante el ímpetu de
huir por piernas unos atropellaban a otros, embotellándose y trastabillándose, creando
un amasijo de cuerpos que cortaban cualquier vía de escape. Los de arriba eran
devorados vivos por aquellas presencias mientras que los de abajo morían por
aplastamiento o asfixia. Tanto se arremolinaban que tuve que retroceder hasta
pegarme contra el cristal de uno de los ventanales. Mis compañeros parecían
animales en estampida, dejando salir cada cual la bestia que llevaba dentro. Y ya
que no podían salir por la puerta ni por ningún otro sitio concluyeron
apretujándose contra mí.
Si soy sincero al principio
aquel improvisado muro de gente me protegió de ser alcanzado por zarpas y
dientes de las hordas del averno. Pero la alegría en casa del pobre no dura
demasiado y ante la presión de tanto cuerpo no tardé en escuchar crujir el
cristal. Debió rajarse ampliamente porque algunos pedazos del mismo cayeron al
suelo, embargándome una mala corazonada que pronto mudó en realidad dolorosa cuando
salí disparado por la ventana.
Mientras caía (más
a lo piedra que a lo persona) escuchaba sin fin de gritos implorando auxilio; crujidos
de huesos quebrados, piel arrancada a dentelladas, carne rajada a tiras y voluntades
doblegadas a la fuerza. Ni el estómago más curtido podría soportar análogo terror.
Horrible, y era cierto, aquellos alaridos agonizantes pudieron haber sido también
los míos mas por el motivo que fuese la suerte pareció sonreírme a cambio de un
costalazo.
Arrebatos corrompidos
clamaban clemencia. Piedad, amigos míos, palabra desconocida para nacidos del útero
del infierno. Bocas entremezcladas escupían cuajos de sangre; lo contemplaba despavorido,
aunque me cubriese los ojos. Lamentos afónicos, alientos últimos, latigazos hasta
la médula y quejidos atragantados justo al punto de ser desollados.
No podría precisar
el tiempo transcurrido desde mi forzado salto al vacío hasta recuperar el
sentido. Para cuando regresé en mí respiré hondo y ahí sentí cada hueso y cada
músculo de mi cuerpo quejándose cuan goznes de portón viejo.
Yacía tumbado boca
arriba sobre una densa y espinosa zarzamora. Resoplé, eso igualmente lo
recuerdo; resoplé y maldije, escupiendo hilos de sangre en cada ataque de tos
que me sobrevino. No exagero cuando digo que me dolían hasta el paladar y la campanilla.
Para redondear esta faena de desatinos me vi rodeado por innumerables morlacos.
Sí, los mismos que imponen más respeto que el himno nacional y digo morlacos porque
fue lo primero que me vino a la sesera empero ya sabéis a qué me refiero: los mandados
de Satanás.
Unos sin
expresividad alguna y desvestidos dejando ver que ni eran hombres ni mujeres; otros
pequeños y hinchados como si hubiesen permanecido cinco años en el fondo del
mar. Y luego estaban los que, asomados a las ventanas, se tiraban desde ellas
para llegar (por la vía rápida) al suelo.
Me observaban
impávidos, moviendo párpados y bocas en perfecta sincronización. Allá arriba un
par de contrahechos cruzaron el aire para caer como piedras a mi vera, bastante
más cerca que los anteriores. Se espachurraron al impactar contra el suelo, salpicándome
asquerosidades nunca vistas que apresuradamente escupí. Yo proseguía oyendo
gritos mientras me limpiaba la cara. Iban y venían según la dirección e intensidad
del aire y sin ser testigo de primera mano lo supe. Si no el cien por cien
muchos de mis compañeros habían muerto de formas inenarrables.
Observaba en
formación aquellas aberraciones rodeándome como jauría de perros salvajes. Daban
verdadero asco al vislumbrarlos con pegotes de sangre recocida y restos
orgánicos que no les pertenecían. Sentí necesidad de vomitar…
Me incorporé como
pude, levemente aturdido, dolorido y lleno de pinchos de la zarzamora. Para mi
sorpresa pude caminar entre ellos sin que me pusiesen una garra o un diente encima.
A mi paso se apartaban, berreando y bramando como bestias que eran. Tal vez estaban
empachados de tanta carne sin embargo me daba en el alma que de un momento a
otro se proyectarían sobre mí. Perecería sin pena ni gloria y el mundo no sabría
que existí en algún momento del tiempo. Puede incluso que me robasen la vida de
peor manera que a mis denostados camaradas.
Fue cuando
casualmente descubrí que podía volar. De saberlo habríame esforzado más para
evitar el porrazo. Sin condiciones especialmente innatas para ello tan
excepcional virtud vino así, inesperadamente. Desde luego no podría surcar los
cielos con la gracia, salero y elegancia del águila calva mas ¿importaba? A fin
de cuentas volar siempre es volar, sea a ras de suelo o remontando nubes.
Me desplazaba por la
comarca intentando comprender el cómo había llegado a tan insospechada
situación. ¿Soñaba? Azúcar y sal para dulce y salado ¿No soñaba? Sal y azúcar
para salado y dulce. Elevándome con torpeza alcanzaba a comprender la magnitud
del holocausto desplegado sobre la zona infesta. Cadáveres mutilados levitaban
a pocos palmos del suelo, descuartizados, a medio devorar. Me saludaban con sus
brazos despellejados y ojos vidriosos. Las deformidades emergidas de la peor
pesadilla deambulaban desnortadas al no encontrar más víctimas potenciales.
Caminaban en círculos tropezando unos con otros y tras cada golpe tomaban otro
rumbo. Al rato volvían a girar, volvían a chocarse y volvían a enfilar otra
dirección…
Necesitaba dar con
una salida segura pero antes lo más urgente era perderme lejos de aquel
infernal campo de muerte que abarcaba múltiples kilómetros a la redonda. Dicho
y hecho, agitándome cuan gorrión torpe salí de allí de forma poco elegante, sin
echar la vista atrás.
Había llegado a un
viejo granero rodeado por hectáreas de tierras de cultivo asoladas por
langostas con patas de más de medio metro de largo, alas de helicóptero y
pinzas gigantescas. Se las veía tan atareadas en lo suyo que no fijaron
atención en mi persona.
Algo me hizo detenerme en plena evasión. Oteé en
derredor, sacando punta a mis ojos para no perder detalle. Sobre la cruz del
tejado del siguiente granero un cuerpo estirado con el cuello partido y la
lengua colgando. Alrededor de la fractura una soga apretada. El finado era idéntico
a mí, exactamente igual. Hasta vestía mi misma ropa…
A pesar de lo espantoso
de la visión y del repentino dolor de cuello que me abordó una pregunta había
anidado en mi cabeza, dando vueltas como el tambor de una lavadora: ¿Quién
narices querría llevar el trabajo de subirlo hasta allá arriba para colgarlo?…
— ¡Llegó tu fin! ¡La mente absoluta te atrapará! —Vociferó
el cadáver tras recolocarse el cuello—. Del susto primero y de la impresión
después envejecí lo menos tres años. Convulsionó durante segundos antes de
volver a morirse y volver a partírsele el cuello...
El día se oscurecía
por zonas. Decidí continuar sobrevolando, a baja altura, aquel paraje irreal y
surrealista. Una jauría de lobos sarnosos y colmillos aserrados atacaban a un monumental
jabalí de cabeza completamente descarnada. En unos parterres pegados a un muro
de piedra artificial plantas carnívoras devoraban gatos. Cerca de unos viejos
alcornoques decenas de palomas muertas yacían colocadas en círculos perfectos,
anidados entre sí. Porfiaría con cualquiera a que se habían liquidado entre
ellas a picotazos. ¡Qué escalofríos! Más tierras de cultivo al norte, éstas ardían
descontroladamente, quemándose el maíz y los espantapájaros que como podían
soplaban y soplaban ansiando apagar las llamas prendidas en sus humildes
vestiduras.
Un avión de
pasajeros desposeído de fuselaje cruzó el cielo envuelto en llamas. Fue
espantoso porque pude sentir en mi piel el calor desprendido por el metal incandescente.
Pasó rápido pero no tanto como para no ver a los pasajeros quemándose vivos, inmovilizados
por los cinturones de seguridad. El bosque del nordeste también sucumbía al
fuego. En poco tiempo quedaría reducido a tizones de carbón. Un gigantesco muro
de humo grisáceo cubría cientos de kilómetros a la redonda, compactándose lentamente
hasta moldear la figura de una calavera humana impresa sobre las tres cuartas
partes del cielo…
Más acá un torrente
de aguas cenagosas portaba corriente abajo peces de tamaño medio que engullían
trozos de carne. No tardé en detectar de qué tipo de carne se trataba pues arrastradas
por la misma corriente cabezas humanas cortadas bajaban el río. Así como se
dejaban llevar por el arroyo, entre voltereta y voltereta, suplicaban por sus
cuerpos extraviados al tiempo que los peces las devoraban con creciente apetito…
¿En qué clase de cruzada herética estaba metido? ¿Cómo
salir de pie y silbando aunque fuese por la puerta trasera? ¡¡Despertándome!!
¡Claro! Alto, no tan aprisa porque este planteamiento podía tener punto débil ¿y
si ya estaba despierto?…
Alrededor las
distancias comenzaron a achicarse sobre mí como coche dentro de la
compactadora. Notaba mis átomos reduciéndose a la nada más insignificante.
Cuanta cosa existía se contraía sin importar tamaño o física intrínseca. Fui
arrastrado hacia él o él concluyó en mí. Fuera como fuese di por bueno
finalizar mis días descompuesto en fotones de luz. Sería una manera de huir de
allí tan buena como cualquier otra. Mas antes de acabar engullido por ese punto
infinitamente diminuto mi cabeza estalló en mil pedazos. Tras ser remendada
hábilmente por manos sombrías y gélidas regresé al principio: el aula para
desempleados de larga duración…
Las mismas
personas, el mismo ambiente y mi creciente pánico... La Santísima Trinidad. Sí
amigos y amigas que me leéis; el mismo cursillo estúpido y las mismas pláticas
animadas, despreocupadas e ignorantes. Pellizcarme, apalearme o exorcizarme
para rubricar o descartar el hecho de estar volviéndome majareta.
Me puse en pie y subí a la mesa para dirigirme a los
presentes con voz firme e insegura a la par. Mis manos volvían a sudar como las
de un fogonero tras diez horas alimentando la caldera; las piernas me temblaban
como si fuesen muelles y mi piel parecía haberse momificado sobre la carne.
Debía gruñir con más decisión, avisarles del peligro en ciernes no obstante ¿qué
podría explicarles si yo mismo dudaba hasta de mi nombre?…
Aún así no podía
quedarme de brazos cruzados. Yo manejaba información privilegiada y su gravedad,
ya fuese real o no, debía ser tomada en consideración. Pronto el horror cruzaría
la puerta para cargar contra nosotros. Hordas horripilantes ávidas de violencia
fanática crujirían huesos hasta convertirlos en ceniza, proyectarían venenos y
toxinas paralizantes, succionarían sangre hasta reventar, aplastarían costillas
y cráneos y como colofón a la consternación más bizarra dispensarían el santo
sacramento de la muerte.
Tragué saliva,
torneé mis cuerdas vocales y parpadeé cuantiosas veces, más de las necesarias. Mientras
que apretaba los puños una y otra vez comencé a vociferar mi esperpéntica visión
a lo médium de chichinabo. Lo hice sin altos en el camino, ni siquiera para
tomar aire. Se hizo un incómodo silencio, contaba con ello. Me miraban
fijamente, estirando como un chicle el momento de mostrar alguna reacción, la
que fuese. Y fue… risotadas mal disimuladas desde primera a última fila. También
contaba con ello...
Estaba tan
asustado (y avergonzado) que ni siquiera me enfadé. No resulté creíble por la
razón que fuese y por ende mi mensaje apocalíptico no calara entre los allí
reunidos. Para su desgracia enseguida sabrían que yo ni estaba de atar ni
padecía alucinaciones por haber consumido drogas. En definitiva sobrevinieron aires
de premonición, vahos maléficos tirados por una pareja de bueyes tuertos y dos funestos
tañidos de campanas sin badajo. Sin tiempo a digerir lo oído los repugnantes
endemoniados entraron en liza, siendo más grandes y grotescos. Otorgaron
veracidad a mi asombrosa pero poco efectiva exposición de los hechos. Ojala hubiese
estado desacertado pero no; tarde para cualquier cita que no fuese con la
huesuda de la guadaña.
Vuelta a los empujones
sin cuartel y al miedo a perderlo todo. Órbitas oculares desencajadas, griterío
dantesco, ropas rasgadas empapadas de sangre, vísceras pegadas a las paredes,
brazos y piernas rectando por el suelo y yo… ¡yo apretujado contra el cristal! No
tardé en dar con mis huesos en la zarzamora.
Cuando recobré el conocimiento
las cosas habían cambiado drásticamente. Levitaba en un espacio perpetuo
carente de gravedad, tiempo y espacio. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado a ese
rincón? Aterrado grité a pulmón abierto, balbuceando como un bebé. Sin embargo no
había aire para expandir el sonido. Acá, lejos muy lejos de cualquier
entendimiento imperaba una oscuridad eterna sobre un vacío infinito.
Amigos y amigas,
no sé dónde estoy ni el porqué terminé aquí. Si alguno de vosotros puede ayudarme
que levante la mano. ¿Me habré quedado encerrado dentro de mi propia pesadilla?
¿Son realmente los sueños un estado de confusión transitorio?
Me agito por este neo mundo sin perder en el proceso demasiado de lo que fui. Compuesto y fraccionado en unidades subatómicas lucho por sobrevivir a esta sinrazón; a lo que pueda devenir el futuro o a la esperanza de mi expedito despertar ¿o no estoy adormilado?…
— ¡Despiértese! —Ipso facto, por descontado me tocó soportar las miraditas de mis compañeros, aliñadas para más inri con aquellas dolorosas palabras del docente. Éste apretaba en la mano un rotulador como si estuviese apretando mis gónadas—. Si tan aburrido está ¿por qué no se va a su casa?—. Las risitas aumentaron…
—Lo siento, he tenido mala noche —dije por decir, quedando todavía más por alelado. Mi mente buscaba interpretar este nuevo giro de la situación. Dando vueltas a mi coco sentí como si todo mi ser saliese de un estado de hibernación inducido. Ante la sorpresa y estupor general salté como si mis pies fuesen dos resortes…
— ¡¡Maldita sea mi calavera!! ¡Salid de aquí, rápido!
Ni rápido ni lento ni lo que pueda ir en medio. La puerta combó hacia dentro antes de venirse abajo, dando barra libre a criaturas horripilantes, desfiguradas y sedientas de sangre. Aún más grandes y grotescas que anteriormente. Sin mediar palabra comenzaron a abalanzarse sobre los presentes con inusitado fanatismo. El primero en caer fue el docente del rotulador, partido por la mitad de tal forma que medio cuerpo estaba siendo devorado por unos y el otro medio por otros. En derredor la sangre corría a riachuelos. Más pronto que tarde terminé con mi culo pegado al ventanal…
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