No mires debajo de tu cama
Ana dormía profundamente, ajena por completo a la noche que le aguardaba. Así suelen ser las tormentas, calmosas antes de desmelenarse por completo. Rondaban las tres de la madrugada, el exterior rezumaba tranquilidad y la calle desierta no contaba con más compañía que algunos gatos callejeros y el cielo estrellado.
03:15 de la madrugada
Quince minutos después una serie de temblores despertaron a la bella durmiente. Somnolienta agarró el móvil para ver la hora. Las tres y cuarto de la madrugada. Frotó los ojos y bostezó un par de veces. Por lo regular cuando dormía sola le costaba hacerlo del tirón toda la noche. Sea como fuere no prestó mayor atención así que volvió a acurrucarse.
Sin embargo el
asunto no había hecho más que comenzar. Intensas vibraciones sacudieron el
gastado suelo de parquet. Precedió a algo más inquietante pues ni eran temblores
ni vibraciones sino más bien uñas rascando angustiosamente desde el interior de
un ataúd.
Ana incorporó
medio cuerpo para prender la luz. Volvió a bostezar, estirándose antes de salir
de la cama. Calzó sus pintorescas pantuflas de leopardo y echó una mirada
rápida. Grosso modo nada fuera de lo cotidiano, habíase vuelto a desvelar en
vano. Regresó a la cama y apagó la luz.
03:25 de la madrugada
Apenas
transcurridos diez minutos regresaron aquellas extrañas cacofonías. Ahora replicaba
una voz femenina desinflada llamando por ella. Inquieta volvió a encender la
luz, calzar las pantuflas y mirar más concienzudamente. Al igual que antes no observó
nada fuera de lugar así que abrió la puerta de la habitación para salir al
pasillo. Nada, igual de tranquilo y sobre todo cautivador merced a su acertada iluminación
en tonos pastel. Somnolienta y desconcertada regresó a la cama. Estiró hasta la
perfección las sábanas antes de meterse entre ellas.
Y justo cuando estaba
a punto de darle al interruptor tornaron aquellos retenes sonoros pero en esta
ocasión más agudos, especialmente concentrados en un único punto. Gracias a
ello logró ubicar el origen: ¡¡debajo de la cama!! ¡Anda que no había sitios en
la casa!...
Desplazándose a un
costado primero y doblándose hacia abajo después apartó la ropa de cama que descansaba
sobre el parquet. Con la sorpresa dibujada en su rostro vio un diario que no
debería estar allí…
03:50 de la madrugada
Firmado por una
tal Marie Luise. Para Ana aquella mujer era una perfecta desconocida. Las hojas
sucias y gastadas del diario contaban desventuras e infortunios sufridos de
formas inenarrables por la citada Marie. Faltaban bastantes cuartillas así que Ana
leyó la primera disponible.
Faltas
ortográficas y mala caligrafía parecían evidenciar que la escritura fuera hecha
de forma despreocupada y apresurada. La desdichada Marie Luise probablemente encontrase
en la escritura su válvula de escape a una realidad que no deseaba experimentar.
A través de líneas torcidas y tinta desparramada podía leer sin excesiva
dificultad las amarguras y pesares en su vida diaria. Ana tuvo la impresión de
que la desconocida fuera parida para el sufrimiento más irracional.
Sintió curiosidad
por aquel personaje atormentado, empatizando rápidamente con ella. Por ende la
semiente de la curiosidad no tardó en germinar dentro de ella.
04:10 de la madrugada
Las hojas
sucesivas se mostraban incompletas, desgajadas o resultaba imposible interpretarlas.
Ana ansiaba saber más, mucho más. El gusanillo fisgón hacíale devorar el diario
sin necesidad de condimentos ni aliños. Se detuvo en una página que comenzaba
con la palabra “PESAR” escrita en mayúsculas.
Marie Luise hablaba
sobre una amenazadora visión que la torturaba. Según dejó plasmado en su diario
una sombra habitaba dentro del espejo del tocador. Tenía por costumbre
observarla por las noches, perturbando sus sueños y confundiendo su mente.
A Ana no le costó
ponerse en la piel de la desconocida e incluso sintió las mismas incertezas y
miedos que pudo sentir ella. Imaginarlo era perturbador pero haberlo
experimentado tuvo que ser horrible...
Seducida por una
curiosidad in crescendo miró hacia su propio tocador. El taburete yacía volcado
y no recordaba haberlo dejado así. Su corazón pegó un bote y tres carreras de
huída cuando una extraña sombra cruzó el cristal. Se trataba de una figura
negra como el carbón, delgada e imprecisa...
04:15 de la madrugada
Con las dos manos
a la vez y en modo resorte cerró el diario, levantándose tenues volutas de
polvillo. Lo dejó sobre la cama, viéndolo de reojo. Estaba acongojada ante el
cariz que tomaban los hechos y más aún cuando la luz comenzó a titilar. No quiso
seguir con la lectura, no podía o cuanto menos no se sentía con fuerzas. Conjuntamente
allí y no en otra plaza cualquier estaba su sexto sentido, avisándole de que aquello
no presagiaba nada halagüeño.
Entonces volvieron
las sacudidas y ese horripilante sonido a uñas arañando la madera. El diario se
movió unos pocos centímetros antes de abrirse por una página que hasta ese
momento estaba en blanco…
Lo agarró con un marcado
nudo en el estómago y armándose de valor continuó leyendo. Marie Luise tuvo
miedo y según anotaciones a pie de página seguiría teniéndolo el resto de sus
días. Escribía sobre algo o alguien que llamaba seis veces a la puerta de su
aposento. Seis toques, ni uno más ni uno menos…
Aún no concluyera tan
perturbador capítulo cuando alguien o algo aporreó su propia puerta. A Ana se
le heló la sangre. Otro golpe y la luz parpadeó; otro más y ya podía ver cada
intervalo de oscuridad aumentado como si estuviese bajo una lupa. Tragó saliva,
quinto golpe apenas perceptible… y así hasta seis. Cuando por fin cesaron se sosegó
el tembleque de manos. Volvió al diario.
Marie Luise estaba
enferma, padecía una enfermedad tan misteriosa como el mismo origen de la vida.
Con pulso poco preciso había dejado constancia escrita sobre lo grave de su
situación. Lo que estaba al otro lado de la puerta acababa entrando. Era humo
irrespirable, hollín denso y repulsivo que se deslizaba por cada resquicio de
la puerta. Una vez dentro… ¡faltaba el resto de la hoja!
Ana sintió
pálpitos bajo las costillas, acompañadas por heladoras cuchilladas de su propio
aliento cortándole la boca. A pesar de este contratiempo salió escopetada del
lecho para cubrir el bajo de puerta con un par de blusas sacadas del semanero. Una
vez hecho regresó a la cama, asustada como una niña pequeña. Tomó el diario para
continuar desgranando su contenido.
Las siguientes partes
versaban sobre el teléfono de Marie Luise. De una fuerza invisible e incorpórea
que actuaba desde dentro del aparato, desplegando perniciosas maldades. Bastaba
con interactuar con el mismo para perder razón y perspectiva de la realidad.
Ana puso los ojos
como platos no pudiendo evitar observar de refilón su móvil sobre la mesita de
noche. No tardó en sonar y lo hizo como si estuviese metido en un balde con
agua. Pensó en apagarlo; no parecía mala idea empero le daba pavor tocarlo. Optó
por dejarlo sonando y sonando hasta que dejase de hacerlo…
04:25 de la madrugada
Más hojas arrancadas
y otras cubiertas por pequeños lamparones de tinta que dificultaban la
comprensión del texto. Era superior a ella, cada vez tenía más miedo y razones
no le faltaban sin embargo se hacía menester saber qué otras sorpresas le
depararía la noche…
Marie Luise
hablaba de algo que flotaba afuera, bajo la luna y bajo las estrellas. Algo
cerca de la ventana que bajo ningún concepto se alejaba demasiado de la misma.
Escudriñaba el interior desesperado por entrar. Era como una sombra oscura y
mal perfilada similar a la del tocador. Quizás fuesen el mismo sujeto.
Sea como fuere también
esto sucedió. Desde la calle una negrura sin forma definida tocó con los
nudillos (por llamarlos así) el cristal de la ventana, suplicando con voz
embaucadora...
Ana quedó aún más
helada de lo que ya estaba. La luz de la habitación parpadeó un segundo para
volver al siguiente y al siguiente titiló para retornar al segundo anterior.
Atrapada entre claroscuros gritó y sus gritos le increparon.
Un ser ceniza podía
ser divisado entre el estor japonés, la ventana y la calle. Apagó la luz y allí
estaba, agrandada su silueta por la luna. Encendió y ya no estaba, apagó y allí
proseguía… implorando acceder al habitáculo.
Ana se resistía a escuchar.
Evidentemente abrirle no era una opción. El inoportuno visitante habíase metido
en su cabeza. Sin embargo la joven resistió cada embestida, cada palabra y cada
lágrima que aquel ser vertía, buscando doblegar su voluntad...
04:35 de la madrugada
Este pasaje pondría
los pelos de punta hasta a los alopécicos. Ana tuvo que despegar varias hojas
pegadas entre sí antes de leer sobre otra presencia oculta bajo la cama. El
resto de parrafadas volvían a ser confusas, sin demasiado criterio, como si
hubiesen sido escritas por un niño de cuatro años. Todo lo empeoraba el pésimo
estado del papel, tan frágil que se deshacía con sólo tocarlo.
Ana respiró hondo,
sus expresivos ojos necesitaban retomar el llanto. Estaba al punto de
congelación pues en la habitación se notaba cada vez más frío. No era de recibo
al menos no en otras circunstancias no obstante las cosas estaban como
estaban...
La invadieron
dudas y cuestiones peliagudas. La primera en la frente… ¿mirar bajo la cama? Como
en las películas de miedo, el bueno sabe que no debe hacerlo y aún así lo hace,
topándose con el malo. Desgranarlo le generó escalofríos, intensificados por el
molesto y continuado parpadeo lumínico…
04:40 de la madrugada
No tardó en volver
la claridad a estabilizarse. No obstante durante ese período de parcial penumbra
Ana creyó morir víctima del miedo más primigenio. Habíase cubierto con la ropa
de cama, buscando sentirse segura como de pequeña cuando debía esconderse del
hombre del saco.
Sacó un brazo para
tantear, buscaba el diario para seguir leyendo. Era tarde para echarse atrás y lo
sabía. A lo mejor las últimas hojas desvelasen el final o la solución a tan
increíble puesta en escena…
“Marie Luise, así
me conoceréis. Fuego y agua, blasfemia de inquisidores, alma herida, caminante
sin pies ni descanso; la desposeía de virtud y alma. Marie Luise La Cosechadora…
Tú (con este TÚ
Ana imaginó el dedo índice de Marie apuntándola) si lees mi diario me habrás
despertado del largo letargo, habiendo avivado mi ansia por cosechar. Si lo has
hecho me verás cruzar espejos, golpear puertas e interferir la red telefónica.
Te observaré desde
la calle y ¡TÚ me dejarás entrar! Para concluir mis trozos de carne saldrán
recompuestos de debajo de la cama. Arrancaré tus ojos, cortaré tu lengua y
desmembraré tus extremidades… ¡hueso a hueso! Después lo que quede de ti será
depositado en las sanguinolentas tierras de lo oscuro y allí germinarás en
forma de papel y tinta”…
Arrojó el diario
fuera de su vista, hipando mientras lloraba desconsoladamente. Súbitamente el
conjunto completo de ropa de cama fue izado hasta el techo, convirtiéndose en
una pelota de tela que primero rodó hasta la puerta y después hacia la ventana.
El cristal del
tocador se rajó milímetro a milímetro, saliendo de entre los añicos una tira estrecha
y alargada de humo. Otra accedió al interior burlando las blusas que cubrían el
bajo de la puerta. Penetró como Pedro por su casa, deteniéndose al lado de la
anterior. Una tercera se desincrustó del
móvil, lanzándolo sin miramientos contra al pared. La luz volvió a parpadear
antes de que la última sombra atravesase el cristal del ventanal, sin romperlo.
El estor japonés se zarandeó durante un rato...
El aire gélido en
la recámara se intensificaba a raudales. Probablemente ya alcanzaba valores bajo
cero. Todas las presencias se compactaron antes de meterse bajo la cama de Ana…
La luz titiló repetidamente,
dando paso a un cuerpo horrendamente mutilado. Salió de debajo de la cama para
ascender con movimientos lentos y poco precisos, agarrándose al colchón como si
tuviese ventosas en lugar de manos.
Sus miembros se
separaban del cuerpo al menos treinta centímetros. Brazos, piernas y la propia
cabeza salvaban esa distancia uniéndose al torso mediante largos y finos huesos
descarnados, retorcidos y astillados. Era una visión espeluznante, tanto que hasta
haría temblar al mismo infierno entero…
Ana apenas lograba
respirar de la impresión. Bloqueada ante los acontecimientos se antojaba más
muerta que viva. Gritó como válvula de escape y el engendro también lo hizo. Éste
respiraba abruptamente y a pesar de carecer de rostro dibujaba cada gesto
humano a la perfección. La cara es el espejo del alma y la suya reflejaba penurias
incontenibles y sufrimientos interminables...
A pesar de tan extraordinario
desconsuelo la contrahecha no cejaba en lo suyo, acercándose a la desdichada Ana
con espartana decisión. Giró el cuerpo ciento ochenta grados así que mientras
una parte de su anatomía miraba al techo otra miraba al colchón. Generó tal
confusión que Ana no podría decir dónde quedaba la espalda y dónde el pecho. A
pesar de ni siquiera tener rostro a la monstruosidad se le dio por echarse a reír
y llorar a la vez...
Retorcía sus huesos
como si de goma se tratase, llevando al límite cada fibra muscular. Finalmente
la lámpara del techo estalló, dejando a la oscuridad quedarse por tiempo
indefinido.
Sus pantuflas de
leopardo salieron volando al igual que las almohadas; los cajones del semanero y
la mesita de noche se desarmaron. La alfombra de deshizo en jirones de hielo;
las fotografías se dieron la vuelta, los libros de la repisa comenzaron a arder
y la silla de acento implosionó…
En medio del caos y totalmente indiferente a tales incidentes la engendro mutilada, salida de un diario que jamás debería haberse abierto, se abalanzó sobre Ana…
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